Un extracto que se cita en el libro “Vida contemplativa” de Byung-Chul Han Byung-ChulHan
No olvides lo mejor
Tuve un conocido que vivió su época de mayor orden en el período de su vida en que fue más desdichado. No se olvidaba de nada. Registraba sus asuntos corrientes hasta en el más mínimo detalle y, cuando se trataba de una cita (que nunca olvidaba), era la puntualidad personificada. Su vida parecía pavimentada y no quedaba la menor grieta por la cual el tiempo hubiera podido asomarse. Así sucedió durante bastante tiempo. Entonces se dieron circunstancias que cambiaron la existencia del sujeto en cuestión. Lo primero fue que dejó de usar reloj. Comenzó a practicar el llegar tarde y se sentaba a esperar cuando el otro ya se había ido. Rara vez encontraba lo que necesitaba y si tenía que hacer orden en un lugar, aumentaba proporcionalmente el desorden en otra parte. Cuando se acercaba a su escritorio parecía que alguien hubiera vivido allí. Pero era él mismo que se refugiaba y vivía así entre escombros e, independientemente de lo que hiciera, en seguida se hundía en ello como los niños cuando juegan. Y no sólo en el pensamiento, sino también en la vida le sucedía igual que a los niños que en todas partes encuentran cosas olvidadas que tenían escondidas en los bolsillos, en la arena, en un cajón. Lo visitaban amigos cuando menos había pensado en ellos y más los necesitaba y los regalos de éstos, que no eran valiosos, le llegaban en momentos tan oportunos como si tuviera el destino en sus manos. Lo que más le gustaba recordar en ese entonces era la fábula del pastorcito al que un domingo se le abrió la montaña para que entre en ella con sus tesoros, mientras escucha al mismo tiempo la indicación: “No olvides lo mejor.” En esa época estaba bastante bien. Solucionaba pocas cosas y nada le parecía concluido.
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